“Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en ternura y en compasión, me casaré contigo en derecho y en fidelidad, y tú conocerás al Señor”
(Os 2, 21-22)
La historia de mi vocación viene de muy lejos, y se fue gestando en medio de muchas luchas, de luces y sombras, de encuentros e infidelidades, como ocurrió al Pueblo Elegido, Israel.
Aquí, en Badajoz, conocía el Monasterio donde ingresé, aunque solo de visita. Siendo estudiante en el colegio (Josefinas), un sacerdote nos dio un retiro. No sé de qué manera nos habló de Jesucristo, pero a mí me impactó. Desde ese día comenzó un conocimiento y una relación de amistad con ese Jesús; en Él empezaba a descubrir que Alguien se interesaba por mí, que me conocía, que me escuchaba y que me hablaba al corazón.
Hacia los quince años empecé a sentir algo especial en mi corazón. Volvía a escuchar esa llamada, y esta vez con más claridad. El que ya era mi Amigo y Confidente desde hacía algún tiempo me llamaba a una relación de mayor intimidad, en la soledad y el silencio, en la vida escondida y en la oración. ¿Dónde? Comencé a frecuentar este Monasterio, entre otras cosas porque ya lo conocía. Las Hermanas me transmitían alegría y gozo, y yo venía a rezar con ellas las Vísperas, celebraba la Eucaristía. Iba experimentando que Dios lo llenaba todo. Ya estaba convencida de que mi vida era ésta, y decidida a dejarlo todo para entrar en el Monasterio.
En mi familia, en cambio, no se veía esto con tanta claridad. Dispusieron que acabase los estudios y que comenzase una carrera. La música, y especialmente el Canto Lírico me atraían cada vez más. Quería cantar ópera y con este deseo me fui a Madrid a estudiar. Durante diez años fui conociendo el ambiente artístico, los escenarios, conciertos, teatro, luces, aplausos… Gente de todo tipo, personas con historias muy diversas, culturas distintas…
Durante ese tiempo me alejé totalmente de Dios, de la Iglesia… Aunque decía que no dejaba de creer. Me consideraba como una “creyente no practicante”, o quizá ni siquiera eso… Pero la fascinación de todo este mundo mágico que envolvía la vida artística poco a poco se fue apagando. Yo sentía nostalgia de otra cosa. Hubo un periodo de búsqueda de algo que pudiera llenar el vacío que se iba acrecentando en mi corazón. Llegué a la conclusión de que solo el amor era lo verdaderamente importante para el ser humano. Se despertaba en mí el deseo de amar y ser amada. Pero el amor humano no bastaba. El amor que yo buscaba era distinto, mas no lo encontraba. En la música, en el canto, quise buscar la belleza, pero algo me decía que era al Autor de la belleza a quien yo debía encontrar. Mas, ¿dónde hallarlo?
Estaba en la recta final de mis estudios musicales, cuando empecé a percibir que no era eso lo que yo había buscado. Qué decepción y qué vacío. Recuerdo que en ese tiempo, sentía una cierta nostalgia de esa época pasada en que yo había experimentado la amistad del Señor Jesús. En cierta manera, no dejaba de escuchar una llamada lejana… que yo inmediatamente procuraba acallarla. Un año, en unas vacaciones de Semana Santa, ocurrió algo que me derribó definitivamente. Como diría San Pablo, “el Señor se me apareció en el camino”(Hech 9, 3-4). Todo se estremeció dentro de mí, una luz, un relámpago… o no sé qué, su mirada… en un instante cambió mi vida. Dejó de atraerme todo lo que antes me fascinaba, y “todo lo consideré pérdida con tal de ganar a Cristo…”(Fil 3,8). Él se convertía en Aquel que saciaba mi vida por completo, mi sed de amor y de belleza… todo lo encontraba en Él.
Sentía de nuevo su llamada a seguirle, pero… ¿Dónde? Un día entré en una iglesia. Permanecí un tiempo en silencio. Comencé a frecuentar aquel lugar. En ese tiempo iba creciendo la relación de Amor con Jesucristo, y poco a poco, escuchaba su Voz “Soy Yo quien buscas, el Amor que puede saciar tu corazón y la Belleza verdadera. Ven a mí”.
La idea del Monasterio cada vez era más insistente. Nuevamente comencé a frecuentar los momentos de oración, Vísperas, Eucaristía, encuentros con las hermanas. Finalmente escuché la llamada definitiva: “Yo te desposaré conmigo para siempre….”. Son varios años ya de seguimiento de Cristo (25 años) por el camino de Clara y Francisco de Asís, con luces y sombras, con luchas… Solo puedo decir sin dudar un instante “que su amor es eterno y su fidelidad dura por siempre”(Lam 3, 22).