Buena parte de la enseñanza de Jesús a sus discípulos la hizo por medio de preguntas. A ellos, que eran rudos pescadores, les enseñó, mediante interrogantes simples, a plantearse los verdaderos problemas: “¿Quién es tu prójimo?”, “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si después se pierde a sí mismo?”; “¿Por qué lloras?”; “¿Qué buscas?”; preguntas sencillas de perenne actualidad. Estos y otros interrogantes nos llevan al fondo de nosotros mismos y nos obligan a buscar nuestra verdad. Una vez más,  constatamos que los problemas se resuelven mejor si se plantean correctamente las preguntas.

Os invitamos a que os dejéis interpelar por el Señor, déjale mostrarte tu verdad: ¡eres profundamente amad@, esperad@!  ¡Ven y adoralo!