¡Dichosos aquellos cuyos días son todos iguales! Lo mismo les da un día que otro, lo mismo un mes que un día, y un año lo mismo que un mes. Han vencido al tiempo; viven sobre él, y no sujetos a él. No hay para ellos más que las diferencias del alba, la mañana, el mediodía, la tarde y la noche; la primavera, el estío, el otoño y el invierno. Se acuestan tranquilos esperando al nuevo día, y se levantan alegres a vivirlo. Vuelven todos los días a vivir el mismo día.
Rara vez se forman idea de su Señor, porque viven en él, y no lo piensan, sino que lo viven. Viven a Dios que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo. Su oración no es algo que se destaca y separa de sus demás actos, ni necesitan recogerse para hacerla, porque su vida toda es oración. Oran viviendo. Y, por fin, mueren como muere la claridad del día al venir la noche, yendo a brillar en otra región.
Unamuno
“…de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor”
/Sal 112,3/
“La vida consagrada testimonia y expresa ´con fuerza´ precisamente que Dios y el hombre se buscan mutuamente, que el amor los atrae”.
Benedicto XVI
“El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras Camino.”
Testamento de Santa Clara
En fin, sea como sea, ninguno de nosotros se guía solo, a menos que quiera ser discípulo de un tonto